¿Así
es como era mi vida? Estaba entre sus piernas, entre sus ingles, oprimiendo las
ganas de gritar, de llorar, de morir lentamente…cada vez más vacía, mas
hundida, deprimida.
-¿Te
pasa algo cariño? Te veo desconcentrada.
-Nada,
es solo que tengo mil pensamientos en la cabeza.
Una mentira tras otra. Toda mi vida
estaba siendo una gran mentira. Solo tenia un pensamiento en la cabeza, ÉL. ÉL
y su pelo rizado, ÉL y sus ojos verdes de mirada profunda, ÉL y sus labios
juguetones. ÉL y su forma de amarme. Otra mentira, él no me amaba, por eso no
estábamos juntos. Aunque hubo un tiempo en el que lo compartíamos todo. Los
secretos nunca existieron, el tiempo no pasaba, miradas cómplices, te quieros
dichos al oído como un leve susurro, como una caricia que llegaba al alma. ¿Y
ahora? Ahora no era más que un recuerdo, a veces malo, pocas bueno, pero
siempre doloroso.
Sentía
como mi vida pasaba antes mis ojos y la dejaba perderse a la deriva. Le conocí
hace 12 años y lo dejamos hace 10. El único motivo que me dio fue que ya solo
me tenía cariño, que no me quería. Fue una excusa tan pueril. Yo sabia el
auténtico motivo, el que no era capaz de decir, el que no me quería reconocer.
Aunque decir el motivo en singular no era lo más adecuado. Había muchas cosas
en mí que no le gustaban. Se que odiaba la imagen que daba a los demás, mi pelo
corto de flequillo recto, mi cara todavía con recuerdos de adolescencia, mis
imperfectas y malcomidas uñas, mis subidas constantes de peso, mis cambios
repentinos de humor y mi desinterés por sus hobbies. Pero sobre todo odiaba mis
ataques de celos. No soportaba que nadie se acercara a ÉL. La gente puede
pensar que hay chicas que son así y hasta les parezca razonable esa
manifestación de poder sobre la otra persona, se entendería como una muestra
más de amor. Pero mis celos eran por todas las personas, daba igual si se le
acercaba una chica guapa y joven, como si era su mejor amigo, un tipo bajo y
gordinflón que respondía al nombre de Pedro.
Lo
dejamos después de dos años. Estuvimos juntos poco tiempo, puede que si, pero a
veces los mayores amores son cortos pero intensos. Tan intensos que al dejarlos
haces locuras, gilipolleces, y yo cometí la primera de todas justo a la semana
en que me abandonó. Cogí todo mi rencor, todo el odio que le tenía por dejarme
y me fui a ver a Pedro. Con la excusa de que estaba mal, que solo podía llorar
y que le echaba de menos, nos bebimos una botella de tequila entre los dos, y
gracias a que no sucumbimos a un coma etílico, lo hicimos. Le fui desnudando
poco a poco mientras le besaba el cuello. Pedro puso un poco de resistencia,
pero en cuanto mi mano bajo a su bragueta, todas sus quejas se convirtieron en
gemidos. Sabía que era insano para mi misma lo que estaba haciendo. Era la
forma más burda de dar celos, no entendía que beneficios podría tener el hecho
de acostarme con su mejor amigo, pero sabía que ÉL sufriría al saberlo. Tonta
de mí, ÉL solo sintió indiferencia y pena. Al hacerlo con Pedro me di cuenta
que mi dolor no se iba, pero que durante unas horas mis problemas parecían
diluirse, así es como acabé en los brazos de Daniel.
Daniel era mayor que yo, un tipo
alto y moreno, muy importante en el mundo de las finanzas, o eso decía, la
verdad que no me importaba mucho. Lo que me atrajo de Daniel era su voz, tan
parecida a la de ÉL. Cuando me llamaba por teléfono sentía que había vuelto con
ÉL, que otra vez estábamos juntos. Era una locura dolorosa, casi enfermiza, le
pedía que me contara que tal el día mientras cerraba los ojos y dejaba a mi
mente volver al pasado. Aguante a su lado seis meses, justo el tiempo que tardo
en aparecer Sergio.
Sergio, mi dulce y viril Sergio.
Diez meses de sexo formidable bajo la luz de las velas. Le conocí cuando me
decidí a un centro de spa por uno de esos masajes gratis sin compromisos que
consigue tras una charla de multipropiedad, tenía mucho tiempo libre. Recuerdo
que entré en la enorme recepción de color blanco impoluto y le di mi pase
gratuito a una rubia de tetas acolchonadas y piel naranja. Me metí en la cabina
y siguiendo sus indicaciones me desnude, me tumbe boca abajo en la camilla y
coloque una toalla encima de mi culo. A los pocos minutos entró Sergio, que se
presentó de forma breve y borde, supongo que es normal cuando el vas a dar a
alguien un masaje sin que pague. Puso música inspirada en los cánticos de
ballenas, aunque parecían borrachos intentando mantener una conversación a las
5 de la mañana. Encendió unas velas aromáticas y puso sus manos en mi espalda.
Aquellas manos suaves, de dedos rechonchos y largos. Era como si ÉL me
estuviera tocando. Apenas aguante cinco minutos tumbada en la camilla. Sin
saber como, mi boca se encontró con la suya y empezó nuestra relación.
Las
tardes con él eran amenas, aunque si no estábamos en la cama pasaban lentas. No
había conversación, ni paseos, ni salidas, ni cenas…sólo masajes, velas y
manos. Es curioso que de todo el tiempo que pasé con él, eso sea lo que mejor
recuerde, aunque es aún mas extraño que sólo valorando eso de Sergio durásemos
tanto.
Alberto. Mi querido camarero. Podría
pasar como una historia de amor como otra cualquiera, sin pena ni gloria. Era
asidua a su bar porque me pillaba cerca de la oficina. Después de muchos años y
muchos mas cafés, y un poco de tonteo
inocente, decidimos salir una noche a tomar unos vinos. Los vinos derivaron en
copas y las copas en el sofá de su casa. Alberto era gracioso, siempre me hacía
reír, no tanto como ÉL, pero era agradable pasar los días a su lado. Nuestra
aventura, fueron 3 meses, algo tan breve
que no la puedo considerar relación, acabó sin mas, porque al parecer no era la
única a la que hacía reír en su ducha mientras le enjabonaba la espalda. Fue
duro, pero ya lo había perdido a ÉL, y Alberto no era ni la mitad de
importante.
Ocho meses duró sin embargo, lo mío
con Javier. Era informático, y como en una mala película porno, vino a
formatearme el ordenador y acabamos conectando nuestros puertos USB (si, además
de una obsesionada, soy una graciosilla sin chispa). Javier era rubio, de barba
tupida con ojos color verde…esos ojos, esa mirada…me estaba mirando ÉL.
Reconozco que me gustaba más allá de su parecido, pero me resultaba doloroso,
sabía que todos los días, cuando le mirase, no vería Javier el informático
bonachón, sino a ÉL, mi amor, mi obsesión, mi delirio. Termine con la relación
mas sana que había tenido hasta el momento, y me di cuenta de que estaba
empezando a decaer.
Los siguientes 8 meses a Javier los
pase sola. Quería aprender a disfrutar del silencio y mi sofá vacío. Las horas
pasaban y mi mente no paraba de rememorar lo que no debía. Aparecían tardes de
lluvia en el cine, besos frente a un escaparate de joyas, miradas en cenas con
amigos, mano sobre mano en un asiento del autobús, desayunos en la cama…una
relación, un auténtico amor de película. Para dejar pasar esos momentos, o
llevarlos con mayor facilidad, comencé a acompañar mis cafés con un
chorreoncito de Bailys, el postre de flan o natillas lo sustituí por un chupito
de orujo, y así hasta que algunas cenas consistían únicamente en unos tristes
cubatas que me evadían del suelo de mi piso.
Empecé
a frecuentar la noche, a ir de pubs y discotecas, buscar ese calor humano que
da la barra de un bar. En una de esas incandescentes noches se presentó Fer
desde la esquina de la barra. Yo estaba demasiado borracha como para saber que
ocurría ni de que me hablaba. Solo recuerdo que gesticulaba mucho y que su boca
me era familiar. Tenía los mismos labios que ÉL, y sus mismos enormes y
perfectos dientes. Quizás eso explique porque le seguí hasta el callejón de
atrás y tome una especia de pastilla rosa con una cara feliz. Los diez
siguientes meses los recuerdo a trozos sin sentido, como una sucesión de
ensoñaciones, pero sin tener nada claro. Se que me sentía unida a Fer, y que
follabamos a menudo en el sofá de mi casa, pero no éramos una pareja, sólo dos
colgados que pasaban un buen rato después de un subidón. En uno de mis pocos
momentos de lucidez comprendí que no era buen camino, Fer y su boca tenían que
desaparecer, y yo y mi búsqueda de piezas de un puzle de ÉL, ayuda.
Pase
dos meses en una clínica de desintoxicación, había pasado demasiado tiempo
abusando de diferentes drogas y una cantidad irracionable de alcohol. Fue un
periodo duro, me costaba superar la adicción, es curioso que tan poco tiempo
cree tanta dependencia. Allí recibí ayuda psicológica. Querían saber porque
había empezado a tomar estupefacientes, los motivos era mejor tratarlos de
raíz. Les conté a todos los psicólogos el día en que conocí a Fer y que fue él
quien me paso las pastillas y me introdujo en ese mundo. Al comentarles como
fue la primera la noche en la que hablamos, que estaba borracha, quisieron
saber porque bebía tanto. Di varios rodeos por todas mis relaciones sin saber
muy bien como iba a escapar de esa situación, porque tarde o temprano saldría
ÉL a la luz. Sabía que lo que necesitaba era tratar ese tema antes que
cualquier otro, era el que realmente me estaba matando. Al final les dije la
base de todos mis últimos males. Tardaron 3 sesiones en darme un diagnóstico
que yo ya conocía, estaba obsesionada con ÉL y sentía dependencia hacia su
persona. Poco a poco me fueron dando ejercicios de cómo pasar página y ver que
había muchas más cosas en este mundo que ÉL. Intentaba llevar al día mis
“deberes” porque realmente necesitaba que esto cambiara, necesitaba sentir que
podía llevar una vida en pareja normal sin que me fijase en los rasgos que me
recodasen a ÉL continuamente para motivarme a mantener la relación.
Pero
no funcionaba. Terminé las diversas terapias de la clínica y volví a mi día a
día, con sus altibajos, su rutina, el periódico de la mañana, las cenas con los
amigos…y en una de esas cenas de amigos fue cuando conocí a José. Era el
compañero de trabajo de mi amigo Julio. Tenía unos dos o tres años más que yo,
me sacaba al menos una cabeza y vestía de forma muy correcta, siempre trajeado
y con corbata. La noche de la cena era una encerrona en toda regla, Julio sabía
que necesitaba ayuda en muchos aspectos, y que seguramente conocer gente nueva
me ayudaría un poco a motivarme para superar mejor mis últimos malos meses. Después
de cenar, fuimos al pub de moda del centro, era el de moda porque así lo habían
declarado un grupo de pijas revenidas que vivían del suelo de papa y de sus
maridos, los cirujanos, abogados y banqueros que invadían Madrid. Aunque cueste
creerlo, teniendo en cuenta mi historial, esa noche volví a casa sola, sin la
compañía masculina que en parte esperaba. Me hubiera hundido al día siguiente,
por eso de que a una le baja la autoestima al ver que un tío guapo no ha ligado
con ella de forma más seria, pero me llamo para pedirme una cita y eso supero
el hecho de dormir sola. Quedé con él en una cafetería, hablamos un poco y nos
dimos un tímido beso en los labios al terminar la charla. Fuimos quedando cada
vez un poco más, y durante un mes, apenas pasamos a otro punto que no fuera el
de besos, hasta que una noche por fin pasó. Subimos a mi piso, encendimos la
tele, nos fuimos acercando y pasamos a la cama. Pero ocurrió, de nuevo ocurrió.
Esa manera de hacerlo era suave, delicada y al mismo tiempo salvaje. Y ahí
estaba ÉL. Otra vez, y esta era, sin duda, la peor de todas…porque podía
soportar que me mirasen con sus ojos, que me hablasen con su boca, tocar su
pelo, que me hiciera reír y acariciar sus manos aunque no fuera en ningún caso
ÉL, pero eso era demasiado. Había veces en las que incluso, aún con ganas, no
lo hacíamos, porque sabía que después estaría al menos 3 horas llorando porque
le recordaba. Pensé seriamente la idea de volver a la clínica a hablar con los
psicólogos, pero pensé que lo mismo, con el tiempo lo superaría del todo,
aunque poco a poco. No fue así, cada vez
iba a peor. Nueve meses de relación, a la basura, otra vez…
Así
que acabe acudiendo a un psicólogo, estaba claro que necesitaba ayuda,
demasiada ayuda, porque después de una relación de dos años, habían pasado 5 e
iba a peor. Lo primero que me recomendó mi psicóloga, fue no tener ningún tipo
de relación masculina sexualmente hablando, e ir dos veces por semana para ver
como me encontraba, en que pensaba, contarle mis penas y miedos, y también
alegrías, aunque eran bastante pocas. Estuve yendo durante dos años a su
consulta, hasta que por fin me dio luz verde para tener pareja. En cuanto me la
dio, decidí aceptar las numerosas propuestas de cena que me había hecho su
recepcionista. Las cosas con él iban increíblemente bien, no tenía ningún rasgo
de ÉL, lo cual me ayudaba a querer seguir con la relación. Todo fue muy rápido,
en apenas dos años decidimos irnos a vivir juntos, y en unos pocos meses más,
casarnos. Fueron los tres mejores años de mi vida. ¿Qué pasaba con ÉL? Aún le
recordaba, pero levemente, supongo que como recuerda la gente normal a sus
pasadas parejas, con ese cierto tono de cariño y nostalgia. Todo hubiera
seguido bien sino fuera porque ayer me lo encontré por la calle y volvió todo a
mi cabeza.