martes, 3 de abril de 2012

PUZZLE


¿Así es como era mi vida? Estaba entre sus piernas, entre sus ingles, oprimiendo las ganas de gritar, de llorar, de morir lentamente…cada vez más vacía, mas hundida, deprimida.
-¿Te pasa algo cariño? Te veo desconcentrada.
-Nada, es solo que tengo mil pensamientos en la cabeza.
            Una mentira tras otra. Toda mi vida estaba siendo una gran mentira. Solo tenia un pensamiento en la cabeza, ÉL. ÉL y su pelo rizado, ÉL y sus ojos verdes de mirada profunda, ÉL y sus labios juguetones. ÉL y su forma de amarme. Otra mentira, él no me amaba, por eso no estábamos juntos. Aunque hubo un tiempo en el que lo compartíamos todo. Los secretos nunca existieron, el tiempo no pasaba, miradas cómplices, te quieros dichos al oído como un leve susurro, como una caricia que llegaba al alma. ¿Y ahora? Ahora no era más que un recuerdo, a veces malo, pocas bueno, pero siempre doloroso.
Sentía como mi vida pasaba antes mis ojos y la dejaba perderse a la deriva. Le conocí hace 12 años y lo dejamos hace 10. El único motivo que me dio fue que ya solo me tenía cariño, que no me quería. Fue una excusa tan pueril. Yo sabia el auténtico motivo, el que no era capaz de decir, el que no me quería reconocer. Aunque decir el motivo en singular no era lo más adecuado. Había muchas cosas en mí que no le gustaban. Se que odiaba la imagen que daba a los demás, mi pelo corto de flequillo recto, mi cara todavía con recuerdos de adolescencia, mis imperfectas y malcomidas uñas, mis subidas constantes de peso, mis cambios repentinos de humor y mi desinterés por sus hobbies. Pero sobre todo odiaba mis ataques de celos. No soportaba que nadie se acercara a ÉL. La gente puede pensar que hay chicas que son así y hasta les parezca razonable esa manifestación de poder sobre la otra persona, se entendería como una muestra más de amor. Pero mis celos eran por todas las personas, daba igual si se le acercaba una chica guapa y joven, como si era su mejor amigo, un tipo bajo y gordinflón que respondía al nombre de Pedro.
Lo dejamos después de dos años. Estuvimos juntos poco tiempo, puede que si, pero a veces los mayores amores son cortos pero intensos. Tan intensos que al dejarlos haces locuras, gilipolleces, y yo cometí la primera de todas justo a la semana en que me abandonó. Cogí todo mi rencor, todo el odio que le tenía por dejarme y me fui a ver a Pedro. Con la excusa de que estaba mal, que solo podía llorar y que le echaba de menos, nos bebimos una botella de tequila entre los dos, y gracias a que no sucumbimos a un coma etílico, lo hicimos. Le fui desnudando poco a poco mientras le besaba el cuello. Pedro puso un poco de resistencia, pero en cuanto mi mano bajo a su bragueta, todas sus quejas se convirtieron en gemidos. Sabía que era insano para mi misma lo que estaba haciendo. Era la forma más burda de dar celos, no entendía que beneficios podría tener el hecho de acostarme con su mejor amigo, pero sabía que ÉL sufriría al saberlo. Tonta de mí, ÉL solo sintió indiferencia y pena. Al hacerlo con Pedro me di cuenta que mi dolor no se iba, pero que durante unas horas mis problemas parecían diluirse, así es como acabé en los brazos de Daniel.


            Daniel era mayor que yo, un tipo alto y moreno, muy importante en el mundo de las finanzas, o eso decía, la verdad que no me importaba mucho. Lo que me atrajo de Daniel era su voz, tan parecida a la de ÉL. Cuando me llamaba por teléfono sentía que había vuelto con ÉL, que otra vez estábamos juntos. Era una locura dolorosa, casi enfermiza, le pedía que me contara que tal el día mientras cerraba los ojos y dejaba a mi mente volver al pasado. Aguante a su lado seis meses, justo el tiempo que tardo en aparecer Sergio.


            Sergio, mi dulce y viril Sergio. Diez meses de sexo formidable bajo la luz de las velas. Le conocí cuando me decidí a un centro de spa por uno de esos masajes gratis sin compromisos que consigue tras una charla de multipropiedad, tenía mucho tiempo libre. Recuerdo que entré en la enorme recepción de color blanco impoluto y le di mi pase gratuito a una rubia de tetas acolchonadas y piel naranja. Me metí en la cabina y siguiendo sus indicaciones me desnude, me tumbe boca abajo en la camilla y coloque una toalla encima de mi culo. A los pocos minutos entró Sergio, que se presentó de forma breve y borde, supongo que es normal cuando el vas a dar a alguien un masaje sin que pague. Puso música inspirada en los cánticos de ballenas, aunque parecían borrachos intentando mantener una conversación a las 5 de la mañana. Encendió unas velas aromáticas y puso sus manos en mi espalda. Aquellas manos suaves, de dedos rechonchos y largos. Era como si ÉL me estuviera tocando. Apenas aguante cinco minutos tumbada en la camilla. Sin saber como, mi boca se encontró con la suya y empezó nuestra relación.
Las tardes con él eran amenas, aunque si no estábamos en la cama pasaban lentas. No había conversación, ni paseos, ni salidas, ni cenas…sólo masajes, velas y manos. Es curioso que de todo el tiempo que pasé con él, eso sea lo que mejor recuerde, aunque es aún mas extraño que sólo valorando eso de Sergio durásemos tanto.


            Alberto. Mi querido camarero. Podría pasar como una historia de amor como otra cualquiera, sin pena ni gloria. Era asidua a su bar porque me pillaba cerca de la oficina. Después de muchos años y muchos mas cafés,  y un poco de tonteo inocente, decidimos salir una noche a tomar unos vinos. Los vinos derivaron en copas y las copas en el sofá de su casa. Alberto era gracioso, siempre me hacía reír, no tanto como ÉL, pero era agradable pasar los días a su lado. Nuestra aventura, fueron 3 meses, algo  tan breve que no la puedo considerar relación, acabó sin mas, porque al parecer no era la única a la que hacía reír en su ducha mientras le enjabonaba la espalda. Fue duro, pero ya lo había perdido a ÉL, y Alberto no era ni la mitad de importante.



            Ocho meses duró sin embargo, lo mío con Javier. Era informático, y como en una mala película porno, vino a formatearme el ordenador y acabamos conectando nuestros puertos USB (si, además de una obsesionada, soy una graciosilla sin chispa). Javier era rubio, de barba tupida con ojos color verde…esos ojos, esa mirada…me estaba mirando ÉL. Reconozco que me gustaba más allá de su parecido, pero me resultaba doloroso, sabía que todos los días, cuando le mirase, no vería Javier el informático bonachón, sino a ÉL, mi amor, mi obsesión, mi delirio. Termine con la relación mas sana que había tenido hasta el momento, y me di cuenta de que estaba empezando a decaer.


            Los siguientes 8 meses a Javier los pase sola. Quería aprender a disfrutar del silencio y mi sofá vacío. Las horas pasaban y mi mente no paraba de rememorar lo que no debía. Aparecían tardes de lluvia en el cine, besos frente a un escaparate de joyas, miradas en cenas con amigos, mano sobre mano en un asiento del autobús, desayunos en la cama…una relación, un auténtico amor de película. Para dejar pasar esos momentos, o llevarlos con mayor facilidad, comencé a acompañar mis cafés con un chorreoncito de Bailys, el postre de flan o natillas lo sustituí por un chupito de orujo, y así hasta que algunas cenas consistían únicamente en unos tristes cubatas que me evadían del suelo de mi piso.


Empecé a frecuentar la noche, a ir de pubs y discotecas, buscar ese calor humano que da la barra de un bar. En una de esas incandescentes noches se presentó Fer desde la esquina de la barra. Yo estaba demasiado borracha como para saber que ocurría ni de que me hablaba. Solo recuerdo que gesticulaba mucho y que su boca me era familiar. Tenía los mismos labios que ÉL, y sus mismos enormes y perfectos dientes. Quizás eso explique porque le seguí hasta el callejón de atrás y tome una especia de pastilla rosa con una cara feliz. Los diez siguientes meses los recuerdo a trozos sin sentido, como una sucesión de ensoñaciones, pero sin tener nada claro. Se que me sentía unida a Fer, y que follabamos a menudo en el sofá de mi casa, pero no éramos una pareja, sólo dos colgados que pasaban un buen rato después de un subidón. En uno de mis pocos momentos de lucidez comprendí que no era buen camino, Fer y su boca tenían que desaparecer, y yo y mi búsqueda de piezas de un puzle de ÉL, ayuda.


Pase dos meses en una clínica de desintoxicación, había pasado demasiado tiempo abusando de diferentes drogas y una cantidad irracionable de alcohol. Fue un periodo duro, me costaba superar la adicción, es curioso que tan poco tiempo cree tanta dependencia. Allí recibí ayuda psicológica. Querían saber porque había empezado a tomar estupefacientes, los motivos era mejor tratarlos de raíz. Les conté a todos los psicólogos el día en que conocí a Fer y que fue él quien me paso las pastillas y me introdujo en ese mundo. Al comentarles como fue la primera la noche en la que hablamos, que estaba borracha, quisieron saber porque bebía tanto. Di varios rodeos por todas mis relaciones sin saber muy bien como iba a escapar de esa situación, porque tarde o temprano saldría ÉL a la luz. Sabía que lo que necesitaba era tratar ese tema antes que cualquier otro, era el que realmente me estaba matando. Al final les dije la base de todos mis últimos males. Tardaron 3 sesiones en darme un diagnóstico que yo ya conocía, estaba obsesionada con ÉL y sentía dependencia hacia su persona. Poco a poco me fueron dando ejercicios de cómo pasar página y ver que había muchas más cosas en este mundo que ÉL. Intentaba llevar al día mis “deberes” porque realmente necesitaba que esto cambiara, necesitaba sentir que podía llevar una vida en pareja normal sin que me fijase en los rasgos que me recodasen a ÉL continuamente para motivarme a mantener la relación.

  
Pero no funcionaba. Terminé las diversas terapias de la clínica y volví a mi día a día, con sus altibajos, su rutina, el periódico de la mañana, las cenas con los amigos…y en una de esas cenas de amigos fue cuando conocí a José. Era el compañero de trabajo de mi amigo Julio. Tenía unos dos o tres años más que yo, me sacaba al menos una cabeza y vestía de forma muy correcta, siempre trajeado y con corbata. La noche de la cena era una encerrona en toda regla, Julio sabía que necesitaba ayuda en muchos aspectos, y que seguramente conocer gente nueva me ayudaría un poco a motivarme para superar mejor mis últimos malos meses. Después de cenar, fuimos al pub de moda del centro, era el de moda porque así lo habían declarado un grupo de pijas revenidas que vivían del suelo de papa y de sus maridos, los cirujanos, abogados y banqueros que invadían Madrid. Aunque cueste creerlo, teniendo en cuenta mi historial, esa noche volví a casa sola, sin la compañía masculina que en parte esperaba. Me hubiera hundido al día siguiente, por eso de que a una le baja la autoestima al ver que un tío guapo no ha ligado con ella de forma más seria, pero me llamo para pedirme una cita y eso supero el hecho de dormir sola. Quedé con él en una cafetería, hablamos un poco y nos dimos un tímido beso en los labios al terminar la charla. Fuimos quedando cada vez un poco más, y durante un mes, apenas pasamos a otro punto que no fuera el de besos, hasta que una noche por fin pasó. Subimos a mi piso, encendimos la tele, nos fuimos acercando y pasamos a la cama. Pero ocurrió, de nuevo ocurrió. Esa manera de hacerlo era suave, delicada y al mismo tiempo salvaje. Y ahí estaba ÉL. Otra vez, y esta era, sin duda, la peor de todas…porque podía soportar que me mirasen con sus ojos, que me hablasen con su boca, tocar su pelo, que me hiciera reír y acariciar sus manos aunque no fuera en ningún caso ÉL, pero eso era demasiado. Había veces en las que incluso, aún con ganas, no lo hacíamos, porque sabía que después estaría al menos 3 horas llorando porque le recordaba. Pensé seriamente la idea de volver a la clínica a hablar con los psicólogos, pero pensé que lo mismo, con el tiempo lo superaría del todo, aunque  poco a poco. No fue así, cada vez iba a peor. Nueve meses de relación, a la basura, otra vez…

Así que acabe acudiendo a un psicólogo, estaba claro que necesitaba ayuda, demasiada ayuda, porque después de una relación de dos años, habían pasado 5 e iba a peor. Lo primero que me recomendó mi psicóloga, fue no tener ningún tipo de relación masculina sexualmente hablando, e ir dos veces por semana para ver como me encontraba, en que pensaba, contarle mis penas y miedos, y también alegrías, aunque eran bastante pocas. Estuve yendo durante dos años a su consulta, hasta que por fin me dio luz verde para tener pareja. En cuanto me la dio, decidí aceptar las numerosas propuestas de cena que me había hecho su recepcionista. Las cosas con él iban increíblemente bien, no tenía ningún rasgo de ÉL, lo cual me ayudaba a querer seguir con la relación. Todo fue muy rápido, en apenas dos años decidimos irnos a vivir juntos, y en unos pocos meses más, casarnos. Fueron los tres mejores años de mi vida. ¿Qué pasaba con ÉL? Aún le recordaba, pero levemente, supongo que como recuerda la gente normal a sus pasadas parejas, con ese cierto tono de cariño y nostalgia. Todo hubiera seguido bien sino fuera porque ayer me lo encontré por la calle y volvió todo a mi cabeza. 

2 comentarios:

  1. Siempre he pensado que todo el mundo tiene un ex que no se puede quitar de la cabeza. Bueno, casi todo el mundo. Me gusta saber lo que me estoy ahorrando.

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  2. Madre mía Palmi..., menos mal que no eres tan vieja como para pensar que seas tú!! :P
    Me ha gustado la historia, sigue así!
    Un besito!

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